Retrato del capitán Ignacio Carrera Pinto |
– ¡Ríndase, hijito! ¡No tiene para qué morir!
– ¡Los chilenos no se rinden jamás!
Las palabras del subteniente Luis Cruz en los instantes
finales de la Batalla de La Concepción –el 9 y 10 de julio de 1883–, según
recoge el informe del coronel Del Canto, ciertamente resumen el espíritu de los
77 jóvenes soldados que lucharon hasta la muerte antes que entregarse en manos
de las milicias peruanas. Cabe recordar que la fase final de la Guerra del
Pacífico (1879-1884) no se caracterizó por épicos enfrentamientos como el del
Campo de la Alianza ni extraordinarias gestas como la Toma del Morro de Arica;
una vez capturada Lima, la capital peruana, lo que siguió fue una desgastante
guerra de guerrillas en la que al Ejército chileno le cupo cumplir el ingrato
papel de fuerza de ocupación, dispersándose a través de la compleja geografía
de la Sierra peruana, capturando informantes y persiguiendo a un brillante
táctico que rápidamente ganó aires de mito: el general Andrés Avelino Cáceres.
El “Brujo de los Andes”, como se le llamó, supo utilizar las ventajas del
terreno, de la colaboración indígena y de la incertidumbre de las fuerzas
chilenas para vencer a estas una y otra vez, a pesar de las diferencias
numéricas y de armamento. En nuestro país, mientras tanto, la guerra se
consideraba ya terminada, y la verdadera magnitud de la resistencia dirigida por
el general Cáceres era ya desconocida, ya simplemente acallada. Los ánimos
empujaban a una negociación rápida para entregar el Perú al primer grupo de la
aristocracia limeña que estuviera dispuesto a hacerse cargo de la difícil
situación y repatriar a las tropas que allá permanecían.
En este contexto, el heroísmo demostrado por los jóvenes de
La Concepción adquiere aún más realce. Su comandante, el capitán Ignacio
Carrera Pinto –nieto del líder de la Independencia–, cuando le fue ofrecida la
opción de rendirse por el jefe peruano, se negó terminantemente. Defendiendo
una aldea de importancia secundaria y casi nulo valor estratégico, enfrentados
a un enemigo extraordinariamente superior en número y con apenas 100 tiros por
soldado para defenderse, sostuvieron combate durante veinte horas, hasta la
caída del último de ellos. De algún modo, en una época de indolencia y
desencanto, supieron dar lo mejor de ellos en bien de la patria; estaba allí el
recuerdo de la Esmeralda, como observó el almirante Lynch en su propio
informe. El capitán Carrera y sus hombres, así, se convirtieron en modelos de
la juventud chilena, destacados especialmente por Jorge Inostrosa en su Adiós
al Séptimo de Línea.
Este día, de enorme significado en la historia patria, fue
establecido como Día Nacional de la Juventud en 1975. En 2007, se determinó
reemplazarlo por una fecha convencionalmente establecida por la Organización de
las Naciones Unidas, el 12 de agosto, “con lo cual nos ponemos a tono con la
comunidad internacional”, según dijo la entonces Presidente. El capitán Carrera
ha mantenido su lugar en el billete de mil pesos, aunque al precio de perder el
quepis.