jueves, 3 de julio de 2014

3 de julio

Fusilamiento de Portales según P. Subercaseaux
La figura de don Diego Portales se cuenta entre las más discutidas de nuestra historia nacional. Su influencia es incuestionable; su legado, monumental; mas su valoración está sometida inevitablemente a las diversas concepciones existentes respecto de la importancia del orden para la sociedad política. ¿Restaurador de la república? ¿Príncipe de los privilegiados? La posibilidad de encontrar una respuesta para todos aceptable parece hundirse en los miasmas de la discusión historiográfica.

Sin embargo, en la medida en que los hechos pueden ser establecidos, solo cabe reconocer cuán extraordinaria fue su visión en el marco de las disputas pusilánimes que siguieron a la independencia de Chile. Mientras algunos buscaban imitar los modelos republicanos de otras naciones fundamentalmente diferentes a Chile y otros pretendían perpetuar la injerencia que la destreza militar les había otorgado en muy otras circunstancias, Portales se ocupaba de analizar la realidad en la cual se desplegaban las opciones de las nacientes repúblicas hispanoamericanas. Advertía él en su carta de marzo de 1822 a su socio, don José Manuel Cea: “Hay que desconfiar de esos señores que muy bien aprueban la obra de nuestros campeones de liberación, sin habernos ayudado en nada: he aquí la causa de mi temor”. Había fuerzas externas interesadas en la independencia de estas partes; no para beneficio de ellas, entiéndase, sino con otros fines. De aquí la suspicacia de don Diego hacia la democracia, de la cual dice que “es un absurdo en los países como los americanos, llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de toda virtud, como es necesario para establecer una verdadera República”. Los pueblos, sugería don Diego Portales, eran perfectamente capaces de aprobar mayoritariamente algo que les era inconveniente, o que era inconveniente para el bien de todos.

Desde esta perspectiva se entiende su acrimoniosa caza a la Confederación Perú-Boliviana, en la cual veía la infiltración definitiva de las ideas norteamericanas. Una confederación de esa naturaleza, en el ámbito hispanoamericano, se convertiría necesariamente en instrumento de la dominación del Norte. El que una mayoría la aprobase no era suficiente para hacerla deseable: ni para el Perú, ni para Bolivia, ni para América. Don Diego Portales enfocó todos sus esfuerzos, toda su influencia, toda su capacidad hacia la destrucción de lo que consideraba la mayor amenaza a la libertad de las repúblicas hispanoamericanas. A pesar de todos los esfuerzos de la clase terrateniente chilena, que era partidaria de dejar a los demás pactar su propia ruina; a pesar de la percepción generalizada de que la guerra que asomaba en el horizonte era de interés de comerciantes y de nadie más; a pesar de las conexiones internacionales del mariscal don Andrés de Santa Cruz, Portales empujó a Chile a preparar la lucha que se acercaba.


No obstante, en la víspera del enfrentamiento definitivo, don Diego Portales fue apresado y ejecutado, a manos precisamente del coronel Vidaurre, encargado de protegerlo. En su muerte, la nación vio lo que su vida proclamó, y condenó a sus asesinos un 3 de julio de 1837.

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