Fusilamiento de Portales según P. Subercaseaux |
La figura de don Diego Portales se cuenta entre las más
discutidas de nuestra historia nacional. Su influencia es incuestionable; su
legado, monumental; mas su valoración está sometida inevitablemente a las
diversas concepciones existentes respecto de la importancia del orden para la
sociedad política. ¿Restaurador de la república? ¿Príncipe de los
privilegiados? La posibilidad de encontrar una respuesta para todos aceptable parece
hundirse en los miasmas de la discusión historiográfica.
Sin embargo, en la medida en que los hechos pueden ser
establecidos, solo cabe reconocer cuán extraordinaria fue su visión en el marco
de las disputas pusilánimes que siguieron a la independencia de Chile. Mientras
algunos buscaban imitar los modelos republicanos de otras naciones
fundamentalmente diferentes a Chile y otros pretendían perpetuar la injerencia
que la destreza militar les había otorgado en muy otras circunstancias,
Portales se ocupaba de analizar la realidad en la cual se desplegaban las opciones
de las nacientes repúblicas hispanoamericanas. Advertía él en su carta de marzo
de 1822 a su socio, don José Manuel Cea: “Hay que desconfiar de esos señores
que muy bien aprueban la obra de nuestros campeones de liberación, sin habernos
ayudado en nada: he aquí la causa de mi temor”. Había fuerzas externas
interesadas en la independencia de estas partes; no para beneficio de ellas, entiéndase,
sino con otros fines. De aquí la suspicacia de don Diego hacia la democracia,
de la cual dice que “es un absurdo en los países como los americanos, llenos de
vicios y donde los ciudadanos carecen de toda virtud, como es necesario para
establecer una verdadera República”. Los pueblos, sugería don Diego Portales,
eran perfectamente capaces de aprobar mayoritariamente algo que les era
inconveniente, o que era inconveniente para el bien de todos.
Desde esta perspectiva se entiende su acrimoniosa caza a la Confederación
Perú-Boliviana, en la cual veía la infiltración definitiva de las ideas
norteamericanas. Una confederación de esa naturaleza, en el ámbito
hispanoamericano, se convertiría necesariamente en instrumento de la dominación
del Norte. El que una mayoría la aprobase no era suficiente para hacerla
deseable: ni para el Perú, ni para Bolivia, ni para América. Don Diego Portales
enfocó todos sus esfuerzos, toda su influencia, toda su capacidad hacia la
destrucción de lo que consideraba la mayor amenaza a la libertad de las
repúblicas hispanoamericanas. A pesar de todos los esfuerzos de la clase
terrateniente chilena, que era partidaria de dejar a los demás pactar su propia
ruina; a pesar de la percepción generalizada de que la guerra que asomaba en el
horizonte era de interés de comerciantes y de nadie más; a pesar de las
conexiones internacionales del mariscal don Andrés de Santa Cruz, Portales
empujó a Chile a preparar la lucha que se acercaba.
No obstante, en la víspera del enfrentamiento definitivo,
don Diego Portales fue apresado y ejecutado, a manos precisamente del coronel
Vidaurre, encargado de protegerlo. En su muerte, la nación vio lo que su vida
proclamó, y condenó a sus asesinos un 3 de julio de 1837.
No hay comentarios:
Publicar un comentario