jueves, 11 de septiembre de 2014

7 de agosto

Retrato de don Manuel Blanco Encalada, comandante de la primera Expedición Restauradora del Perú
Un episodio desafortunadamente ignorado en la actualidad en la enseñanza de la historia chilena es el de la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana entre 1836 y 1839. Resulta especialmente desafortunada para los porteños, puesto que resulta complejo, por no decir imposible, entender el lugar principal que ocupa el puerto en el comercio del Pacífico sur durante el siglo XIX sin considerar las consecuencias que esta guerra tuvo tanto para Valparaíso como para El Callao. Las razones de tal omisión no son difíciles de entender: más allá de la noble justificación dada por los mismos chilenos en ese momento, es difícil explicar esta acción bélica como algo distinto de una disputa entre comerciantes de uno y otro puerto.

Sin embargo, cuando se trata de razones de comerciantes, don Diego Portales suele carecer de pelos en la lengua; por el contrario, al referirse a la unión de Bolivia y Perú decretada por el mariscal don Andrés de Santa Cruz, el organizador de la nación declara en carta al almirante don Manuel Blanco Encalada: “la Confederación debe desaparecer para siempre jamás del escenario de América. Por su extensión geográfica; por su mayor población blanca; por las riquezas conjuntas del Perú y Bolivia; apenas explotada ahora; por el dominio que la nueva organización trataría de ejercer en el Pacífico, arrebatándonoslo; por el mayor número también de gente ilustrada de raza blanca, muy vinculadas al influjo de España que se encuentran en Lima; por la mayor inteligencia de sus hombres públicos, si bien de menos carácter que los chilenos; por todas estas razones, la Confederación ahogaría a Chile antes de muy poco. Cree el Gobierno, y éste es un juicio también personal mío, que Chile sería una dependencia de la Confederación como lo es hoy el Perú, o bien la repulsa a la obra ideada con tanta inteligencia por Santa Cruz, debe ser absoluta”. No se trata de una superioridad meramente comercial, ni de las oportunidades que tendría de imponerse a la sociedad chilena. Se trata de la posibilidad de una completa dependencia de una nación económicamente débil frente a otra más capacitada y mejor poblada.


El primer esfuerzo, movido por el asesinato del ministro Portales tras el motín de Vidaurre, demostró ser infructuoso, en gran medida por las dudas del almirante Blanco respecto de sus objetivos. Un segundo esfuerzo fue liderado por el general don Manuel Bulnes, comandante del Ejército de la Frontera, con el fin de acabar con la amenaza que constituía para el país el proyecto del mariscal don Andrés de Santa Cruz de restablecer el Perú como parte de Bolivia. La Expedición Restauradora del Perú desembarcó en Ancón el 7 de agosto de 1838, buscando defender la independencia de Chile y del Perú frente a las ideas del mariscal Santa Cruz. La lucha contra el dominio boliviano tuvo su momento definitorio en Yungay, batalla que se convirtió en ícono de la identidad chilena, como muestran el Himno de Yungay y la celebración del Día del Roto Chileno los 20 de enero.

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