jueves, 11 de septiembre de 2014

31 de julio

Plano de la villa de Santa Rosa de los Andes
Aunque la leyenda negra sobre la presencia española en América se regocija en presentar a quienes pasaron a este continente como vagos iletrados y viciosos, solamente interesados en la rápida adquisición de fortuna y reconocimiento social, el hecho es que la Corona española estableció condiciones estrictas que debían ser cumplidas por quienes querían venir a estas partes. En orden a hacer el viaje, los potenciales emigrantes debían presentarse ante la Casa de Contratación y solicitar una licencia. Quedaban excluidos por principio moros y cristianos nuevos (judíos conversos), al igual que los culpables de herejía y sus descendientes próximos. En cambio, debido al carácter plurinacional de la monarquía española, en diversos momentos se permitió el paso de súbditos no españoles hacia América, política autorizada ya en 1526 por el emperador don Carlos V (I de España) y aplicada intermitentemente según las necesidades demográficas de la Península.

Uno de los beneficiarios de esta política fue don Ambrosio O’Higgins, irlandés de nacimiento. Establecido en Cádiz en 1751, pasó a América por primera vez en 1756 y, tras desafortunados intentos en varios oficios, se alistó en el Ejército de la Frontera para luchar contra los mapuches. Alcanzó el grado de teniente coronel y fue brevemente intendente de Concepción, antes de ser nombrado gobernador del Reino de Chile en 1788. Su gestión buscó implementar las directrices de los Borbones españoles, que pretendieron ordenar la administración de su imperio americano mediante un modelo centralizado, tomado de la burocracia estatal francesa. Dentro de este plan, un lugar central lo ocupaba la fundación de ciudades, dado que la población urbana era más fácil de fiscalizar que la rural. Por ello, mientras los siglos XVI y XVII habían visto prosperar solamente La Serena, Valparaíso, Santiago, Chillán y Concepción (los asentamientos fundados por Valdivia al sur del Bío-Bío fueron destruidos en el gran alzamiento indígena de 1598), el siglo XVIII vio nacer numerosas ciudades y pueblos nuevos, partiendo por Quillota en 1717.


Como parte de este proceso, ya impulsado por los gobernadores don José Manso de Velasco y don Domingo Ortiz de Rozas, O’Higgins fundó la villa de Santa Rosa de los Andes el 31 de julio de 1791, que rápidamente se estableció como punto de tránsito para los viajeros provenientes de Buenos Aires. Ya existía entonces en el lugar un convento franciscano, al alero del cual se había desarrollado el pueblo de Curimón y cuya patrona, Santa Rosa de Viterbo, dio el nombre al nuevo poblado. La zona era conocida, desde la llegada de don Diego de Almagro, por la buena calidad de sus suelos, y había albergado un desarrollo agrícola y ganadero de cierta importancia. El carácter campesino de la ciudad le ha significado un puesto de honor entre las tradiciones huasas del Chile central, en particular la ubicación de la reyerta en que famosamente participó Eduardo “el Guatón” Loyola, aun cuando la historiografía (el profesor Cristián Gazmuri le dedica un breve capítulo en su Historia de Chile) ha determinado que el hecho más probablemente ocurrió en Parral.

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