Plano de la villa de Santa Rosa de los Andes |
Aunque la leyenda negra sobre la presencia española en
América se regocija en presentar a quienes pasaron a este continente como vagos
iletrados y viciosos, solamente interesados en la rápida adquisición de fortuna
y reconocimiento social, el hecho es que la Corona española estableció
condiciones estrictas que debían ser cumplidas por quienes querían venir a
estas partes. En orden a hacer el viaje, los potenciales emigrantes debían
presentarse ante la Casa de Contratación y solicitar una licencia. Quedaban
excluidos por principio moros y cristianos nuevos (judíos conversos), al igual
que los culpables de herejía y sus descendientes próximos. En cambio, debido al
carácter plurinacional de la monarquía española, en diversos momentos se
permitió el paso de súbditos no españoles hacia América, política autorizada ya
en 1526 por el emperador don Carlos V (I de España) y aplicada
intermitentemente según las necesidades demográficas de la Península.
Uno de los beneficiarios de esta política fue don Ambrosio O’Higgins,
irlandés de nacimiento. Establecido en Cádiz en 1751, pasó a América por
primera vez en 1756 y, tras desafortunados intentos en varios oficios, se
alistó en el Ejército de la Frontera para luchar contra los mapuches. Alcanzó
el grado de teniente coronel y fue brevemente intendente de Concepción, antes
de ser nombrado gobernador del Reino de Chile en 1788. Su gestión buscó
implementar las directrices de los Borbones españoles, que pretendieron ordenar
la administración de su imperio americano mediante un modelo centralizado,
tomado de la burocracia estatal francesa. Dentro de este plan, un lugar central
lo ocupaba la fundación de ciudades, dado que la población urbana era más fácil
de fiscalizar que la rural. Por ello, mientras los siglos XVI y XVII habían
visto prosperar solamente La Serena, Valparaíso, Santiago, Chillán y Concepción
(los asentamientos fundados por Valdivia al sur del Bío-Bío fueron destruidos
en el gran alzamiento indígena de 1598), el siglo XVIII vio nacer numerosas
ciudades y pueblos nuevos, partiendo por Quillota en 1717.
Como parte de este proceso, ya impulsado por los
gobernadores don José Manso de Velasco y don Domingo Ortiz de Rozas, O’Higgins
fundó la villa de Santa Rosa de los Andes el 31 de julio de 1791, que
rápidamente se estableció como punto de tránsito para los viajeros provenientes
de Buenos Aires. Ya existía entonces en el lugar un convento franciscano, al
alero del cual se había desarrollado el pueblo de Curimón y cuya patrona, Santa
Rosa de Viterbo, dio el nombre al nuevo poblado. La zona era conocida, desde la
llegada de don Diego de Almagro, por la buena calidad de sus suelos, y había
albergado un desarrollo agrícola y ganadero de cierta importancia. El carácter
campesino de la ciudad le ha significado un puesto de honor entre las
tradiciones huasas del Chile central, en particular la ubicación de la
reyerta en que famosamente participó Eduardo “el Guatón” Loyola, aun cuando la
historiografía (el profesor Cristián Gazmuri le dedica un breve capítulo en su Historia
de Chile) ha determinado que el hecho más probablemente ocurrió en Parral.
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